lunes, 17 de abril de 2017

Involución entre el descaste de Montealto. Domingo de Resurreción en Madrid.




En una tarde calurosa para las fechas y con buena entrada, aunque bastante más floja que la anterior, más de 11000 personas en los tendidos acudieron a presenciar el mano a mano que se dio cita en Domingo de Resurreción, con gran parte de los madrileños aún regresando de viaje. El público tributó haciendo gala de buena memoria, una ovación al finalizar el paseíllo que saludaron ambos diestros, en reconocimiento al esfuerzo que ambos hicieron en el mano a mano que precedió y que dio sentido al que iba a empezar. Pese a tratarse de un mano a mano, brilló por su ausencia la rivalidad en quites, quedando el enfrentamiento en brindis mutuos. A la tarde le faltó rematar, bien por la falta de duración de los toros, a los que su falta de casta les impidió trasmitir hasta el final; como por la labor de los espadas, y no solo me refiero a los aceros. También a un Garrido hecho un jabato entendiendo los toros y sometiéndolos que hoy no apareció por ninguna parte, o a un Curro Díaz al que hemos visto cargar la suerte y torear con verticalidad, o a ambos entrando por derecho, rectos en la suerte al matar. Lo de hoy ha ido para atrás en vez de para mejor, involución, que me decía un profesor (mi profesor de inglés en el colegio) sin acritud por mis resultados -y no le faltaba razón-.

Abrió plaza Capanegra, con pocos pies y midiendo. Algo abanto tomó la primera vara al relance, le dieron fuerte y trasero, cumpliendo el astado con fijeza sobre un pitón. Salió suelto pegando un arreón, llegando sin que le cortasen al caballo que guardaba la puerta, donde tomó un segundo puyazo trasero del que salió suelto. Esperó en banderillas, apretando a los adentros. Pudimos ver un buen par de Pirri. El trasteo de muleta lo inició Curro Díaz pasándolo por bajo para acto seguido buscar el pitón derecho, por el que el animal pasa sin más, con nobleza y a media altura, sin repetir, siendo los muletazos uno a uno. El de Linares le acompañó sin obligarle pero sin dejar que le enganchase las telas, tomando después la zurda, abusando de la ventaja del cite con el pico de la muleta y acortando las distancias, algo que este manso, soso y descastado acusó. Se perfiló en corto sin intentar lo imposible y recetó una buena estocada, siendo aplaudido el coletudo por el respetable y pitado su adversario.



También salió abanto Virtuoso, pero José Garrido sin probaturas se dispuso a pararlo ganando terreno, recitando varias verónicas rodilla en tierra de gran plasticidad, para continuar con un buen ramillete de lances a la verónica, rematando con una media muy torera y la revolera. Se dispuso a lucir al burel en varas, dejándolo a una distancia media en suerte, pero su picador hizo todo cuánto estuvo en su mano para evitar que aquel toraco cogiese velocidad galopando en su arrancada, buscando un topetazo desde menor distancia, yendo a la suerte de costado con el palo echado al máximo en el propio cite. Cumplió en ambos encuentros, realizando una buena pelea con la cara abajo y metiendo los riñones. Llegó a rehiletes con fijeza, prontitud y pese a que ganaba terreno en los pares, José Maria Amores le cuadró un buen par. La faena inició por bajo en tablas, algo brusco en los toques y en el giro de muñeca para vaciar, diría que un tanto forzado tratando de llevar al animal en línea recta echándolo fuera en el remate, que en realmente querer rematarlo atrás con la suavidad de quien da salida, de quien vacía el pase quedándose colocado para el siguiente. Esto propició que el animal se quedase corto y no repitiese, logrando tras sacarlo más allá del tercio una buena tanda por el derecho, a base de tragar, cargando la suerte y con firmeza. Por el izquierdo solo se vieron las ganas del extremeño, pues el cornúpeta, muy venido a menos, confirmó que había dejado bastante parte de su motor en el peto, donde además le consumieron otro tanto por el castigo recibido en tan mal sitio. Tuvo de positivo que se entregó a la pelea, faltándole casta y una duración que se exige simplemente por la falta de capacidad de la torería para cortar las orejas con una faena medida e intensa. Es por estos conceptos por los que la actitud y disposición del pacense se diluyeron en los tendidos debido a su pesadez acortando distancias. Para más Inri -nunca mejor dicho en estas fechas-, lo despachó de estocada caída; y por si fuera poco, el puntillero levantó al de los rizos al séptimo cachetazo, siendo silenciada la labor del joven espada y recibiendo pitos este segundo cuando el tiro de mulillas lo arrastraba al desolladero.

Argentino lucía por nombre el tercero, también saliendo suelto en los primeros compases, ante las dudas en el recibo de Curro Díaz. Tomó dos puyazos muy traseros, empujando con fijeza y poder en el primero, mientras que saliendo suelto del segundo. Con las frías Manuel Muñoz calentó al personal, en sentido negativo, además de sobaquillo, clavando una por una a un morito que arrancaba con prontitud. Y es que vista la labor de las cuadrillas de hoy, uno sigue sin explicarse como se devuelven los favores en tardes de la importancia que tenía esta para ambos; en vez de aprovechar que hay que contratar uno más a pie y a caballo y que no hay excesivos festejos para llevar consigo a los mejores, a los que además de meter al público en la lidia por su lucimiento, son capaces con su labor de que las condiciones del toro mejoren en la lidia. Inició el trasteo con precauciones con la diestra, pues el burel tiraba la cara arriba, un manso falto de casta y de motor al que el linarense optó por pasaportar rápido, sin complicarse -como es su deber- en poderle, en someterle al menos antes de cuadrarlo y luchar por que bajase la cara. No contento con abreviar tras apenas cumplir trámite con la zurda, le recetó un pinchazo hondo en el mismo sótano -no soltó al ver donde estaba- y luego agarró media estocada baja, escuchando a la postre un silencio a mi opinión injusto por la afición, que una vez más le consintió más que a la mayoría. En el arrastre, de nuevo pitada.



Con el cuarto, Bordador, castaño de capa, acapachado de cara, aleonado, corto de manos y con toda la barba pero bien conformado: con armonía entre su cabeza, pecho, morrillo y culata; volvimos a disfrutar del buen toreo de capa de José Garrido, que remató con una media belmontina, con el compás cerrado, de mucho porte. Al relance tomó Bordador la primera vara, cumpliendo con fijeza mientras le tapaban la salida y le pegaban trasero, en una carioca magistral pero de escaso mérito al lograrla con el toro que no quiere irse ni buscar el costado izquierdo. Lo mejor de la tarde del pacense vino en el galleo por chicuelinas para colocar al astado para el segundo encuentro, esperándolo y bajando las manos con suavidad, rematando muy torero soltando capa en una torera larga genuflexa. El puyazo fue de nuevo trasero, tras acudir el toro con prontitud y saliendo quizá tan suelto que para la presidencia, con buen criterio a mi juicio, no contó como vara en regla, no accediendo a la petición de cambiar a banderillas del espada, volviendo a recetársele castigo a Bordador en mal sitio, en un tercer encuentro del que salió suelto. Javier Valdeoro destacó con los garapullos, dejando un buen par a un astado que se arrancaba con prontitud, acometiendo con todo a la pelea, empleándose y sin reservarse. Inició faena pasándolo por bajo, saliendo a los medios, terrenos que le pesaron a un morito que iba a menos, agotando su motor y donde por tanto, no repetía. Optó el pacense más que por cerrarlo un poco, por echarse encima, lo que perjudicó aún más la falta de motor del morlaco, que aunque humillaba, no llegaba a trasmitir. Tras gastar el tiempo reglamentario con pesadez, encimista y abusando del pico, alargó el brazo tras irse de la suelte para dejar una estocada caída a una res que tuvo sus virtudes pero a la que faltó casta para venirse arriba tras el castigo recibido en el caballo. Sonaron pitos en su arrastre, siendo silenciada la labor del espada.



En quinto lugar se corrió Campanita, jabonero de capa y playerón de cara, además de algo gacho y bizco. Su presentación fue protestada además de por su cara, por el menor remate de cuartos traseros y menor desarrollo de pechos, lo que en definitiva le hacía tener un trapío inferior. Salió suelto de la primera vara, sin apenas llegar a meterle las cuerdas, aunque afortunadamente, porque el piquero le señaló muy trasero y la rectificación tampoco era del todo buena. Tras dejarlo en la raya y salir de huida ante el cite, permitiendo al espectador que enseña a un neófito en el tendido poder decirle "ves, eso es un toro manso..." acudió al segundo encuentro, del que se fue de un arreón, quedando prácticamente sin picar. El caballo perdió los apoyos en tanto que el animal salió de najas, cayendo en un tumbo hacia el lado del astado, mostrando una doma que sin duda perjudica al toro que empuja, al que se emplea con bravura soportando el castigo, que no puede avanzar ni romanear salvo que su poder sea fuera de lo normal y que realmente no necesita realizar un esfuerzo tan fuerte ni para ahormarse ni para demostrar su bravura como soportar el peso de la cabalgadura mientras empuja; y beneficia al toro que precisa ahormarse, al que no se emplea, al que mansea y sale huído. Una doma inspirada en lo que realiza una cuadra más allá de los Pirineos con una mayor perfección, con la explicación de utilizar un caballo más ligero -además de trabajo, claro está-, capaz de aguantar en equilibrio en caso de que el pitón que el caballo busca deje de empujar y frente al que el toro que empuja es capaz de desplazarlo y romanear, sin venirse abajo al verse contra un muro y además cargando con su peso. Tras quedarse crudito y regresando a lo que nos ocupa, el toro iba y venía, toro péndulo que decían antes y que tan bien le venían a Curro Romero para lucirse con su personalidad única. En este caso también correspondía su lidia a un torero digamos más pinturero que artista, pero con personalidad, sello y toreria. Tras andar algo rebrincado en sus embestidas en el segundo tercio, distraído y recibir un buen par de Óscar Castellanos, el jienense inició faena con intensidad, sabiendo que tenía que conectar, y aunque un trincherazo que ciertamente corta el viaje más que lo alarga no sea muy propicio para empezar la obra, la conexión era prioritaria e inició con él y le siguieron varios remates de trincherilla por bajo, inteligente de él que sabía que el animal no iba a romperse ni a dejar de ir y venir sin emplearse demasiado por ello. Continuó a derechas, muy desmayado, dejando la zurda muerta y muy vertical, llegando a los tendidos, los cuáles rugían en dos derechazos de categoría. El tema viene cuando el tercero es enganchado, como le ocurrió en todas las tandas, y el respetable sigue jaleando como poseído por los anteriores, y el problema continua cuando la faena toma distintos derroteros, pasando de la verticalidad de inicio a un recostamiento en los cites, siendo éstos además desde fuera de cacho, abusando del pico para más señas, rugiendo el coso como si tal cosa, como si no hubiese diferencia entre los dos derechazos de inicio y lo que siguió. Ahí está lo que decía de consentimiento total y absoluto, de subjetividad frente a la exigencia de todas las tardes, que hubiese recriminado con fuerza muchos cites en caso de tratarse de alguna conocida figura y más aun ante un mansete sin picar que iba y venía. Menos mal que en la grada joven -tiene tela que sean ellos los que marcasen el listón de exigencia a la veteranía supuestamente rígida en sus juicios- se puso un poco de cordura y el fervor se aplomó un poco, y es que no niego la intensidad, la toreria y el gusto, el sello de Curro; pero no puedo cegarme ante enganchones o la sutil manera de ir descargando la suerte a cada muletazo. Pese a todo, lo que nos libró de presenciar unos posibles trofeos concedidos con una categoría inferior a la de la primera plaza, rebajando la valía de triunfar en ella, fue el propio Curro y su hacer en la suerte suprema, pues lo dificil es que consiguiese agarrar el estoque, aunque fuese bajo, habiendo pasado tan lejos al tirarse a matar. Aún así no se privó de saludar una ovación entre la división tras el bajonazo, habiendo también una división incomprensible en el arrastre de este manso "péndulo", quizá aplaudido por no crear muchas dificultades.



El sexto en el recibo fue abanto y distraído, sin llegar a fijarse tras el mismo, desentendiéndose del caballo en el cite, pese a apretar en la vara trasera que tomó, en la que el piquero barrenó con saña mientras que le tenía contra las tablas, demostrando bravura y poder también en la segunda, frente a un varilarguero que solo puso en práctica lecciones de como realizar el máximo número de cortes con la puya en el menor tiempo posible, abriendo trayectorias como si de la mayor fiera corrupia se tratase, porque ni consiguió dominar al equino ni hizo alarde de su puntería echando la vara. En banderillas se movió a arreones, sin maldad pero creando el pánico entre la cuadrilla, que tiró de cuerpo a tierra en vez de profesionalidad. Y es que llama la atención como en cuánto se mueve un toro, aunque sea sin buscar o arrollar, enseguida cunde el pánico al no estar parado en su sitio, al no estar todo bajo control, echándose en falta el oficio de los lidiadores. Llegó a la muleta humillando y repitiendo, con mucho que torear y con trasmisión. No se hizo con él el pacense, que trató con brusquedad de escupir la embestida dando salida hacia afuera con un fuerte giro de muñeca, que provocaba al animal un extraño en el embroque, buscando la tela con el pitón de fuera. Le paseó -el toro al diestro- por diversos terrenos de la plaza, desarmándolo al tomar la zurda, sin llegar a dominar con mando la embestida en ningún momento, en una faena sin planteamiento, sin llegar a someterlo antes de pegar un sainete con los aceros, pinchando en blando y agarrando una estocada tendida, saliéndose descaradamente de la trayectoria, teniendo que descabellar dos veces tras un tercer pinchazo. Tanto la labor del lidiador como este Novillero, de bravura engañosa o bravucón, con poder y casta pero sin faltarle arreones de manso, fueron silenciados.

Rubén Sánchez.

lunes, 10 de abril de 2017

Ni bravos y nobles, ni fieros y encastados: Correosos y parados victorinos.



 En una tarde calurosa y con un gran ambiente, más de 17000 almas en el coso venteño atraídos en su mayoría por la expectación de ver las reses de la A coronada, el ganadero de Galapagar ha pasado muy discretamente por su primera cita este año con la primera plaza del mundo. Varios de sus astados fueron ovacionados por su lámina y presentación al pisar el ruedo, pero en cuánto a su comportamiento dejaron que desear frente a la expectación creada. Fueron duros y correosos tal como puede esperarse en la casa, pero apenas regalaron una embestida siguiendo la muleta con algo de recorrido, ni tuvieron la movilidad, fiereza o brío que les caracteriza y que hacen notable su peligro en los tendidos. Los de hoy mantuvieron ese peligro traducido en complicaciones pero sin la movilidad y el nervio esperado de cuando no sale el que sigue la muleta por abajo hasta el final. En cuánto a la terna podemos destacar una muy digna actuación de Gómez del Pilar, un petardo muy sonoro de Fandiño y un Alberto Aguilar que dió de cal y de arena.

El confirmante Gómez del Pilar abrió plaza yéndose a portagayola para recibir a un morlaco que salió muy parado, tal como fue durante toda su lidia. Tras un buen recibo capotero, trató el toricantano muy asentado de dirigir el tercio de varas con miras al lucimiento del astado, que puso en evidencia a su divisa, tardeando a un primer encuentro al que se le dejó a mucha distancia y teniendo que ser cerrado a la raya, algo que ocurrió también en la segunda entrada (inexplicablemente demandado por la afición), pues fue de nuevo puesto de largo, tras haberse ya visto lo que le costó arrancarse sin aún saber dónde iba. Juan Manuel Elena "El Patilla" toreó bien a caballo, cruzándose con el toro y citando muy enérgico, pero si el toro no quiere no se puede hacer más. En ambos encuentros le pegaron fuerte, cumpliendo el toro y saliendo suelto, llegando a banderillas muy parado, esperando, muy tardo ante los cites. Destacó Raúl Martí con los palos y tras un emotivo brindis al cielo en memoria del pequeño Adrián Hinojosa, por el que también se guardó un respetuoso minuto de silencio al finalizar el paseíllo, fallecido de cáncer a los 8 años de edad y que quería ser torero, inició el trasteo muletero pasando por alto a su adversario, saliendo al tercio tras evidenciar sus complicaciones y lo corto que se quedaba por ambos pitones. Muy dispuesto y tras aguantar por el derecho teniendo incluso varios sustos, logró algunos detalles por el izquierdo, sin más, regresando al pitón derecho donde tras otro aviso serio optó por cambiar la ayuda por la de verdad para después de doblarse con él muy torero, macheteando de pitón a pitón y andándole, despacharlo de una estocada tendida y trasera. Estaquero, que así se llamaba, demostró mansedumbre, falta de casta y de movilidad, fue despedido con pitos, mientras que su matador recibió una justa aunque discutida ovación a su digna actuación.



Barbacano fue a la postre el único que regaló embestidas con algo más de recorrido en la muleta, salió con pies, llevando a Fandiño por diversos terrenos de la plaza en el recibo de capa, muy brusco, defendiéndose más que enseñando al toro a humillar y seguir el engaño. El animal ya había mostrado varias características propias del que sale bueno en su encaste, pies de salida, difícil de torear a la verónica en el recibo, humillador...además acudió con prontitud al caballo, tomando dos puyazos fuertes, cumpliendo en el primero y...vaya, saliendo repuchado del segundo. Tras un quite por chicuelinas de Aguilar que finalizó el toro al desarmarle, Jarocho destacó con la brega pese a las dificultades, pues aunque humillando, apenas si pasaba y además hacía mucho hilo. Diego Ramón Jiménez dejó un buen par para cerrar tercio y pasar a una faena que inició con brusquedad al pasarlo, logrando ligar los muletazos a continuación por el derecho y un buen natural al tomar la zurda, regresando enseguida el vizcaíno a su mejor mano, sin acordarse de que no era el mejor pitón del albaserrada, faltando colocación y abusando de la ventaja del pico. La faena calló tras algunos detalles de nuevo al natural en cuánto acortó distancias, quedando mecha todavía que aprovechar por el izquierdo. Tampoco anduvo acertando con lo que él era seguro, la espada, dejando una estocada muy baja y atravesada. El manso encastado y a menos con buen izquierdo fue pitado, al igual que Iván Fandiño.

En tercer lugar, Buscador salió con pies, brioso, aunque enseguida se paró tras el recibo capotero. En varas tuvo un buen comportamiento, empujando en la primera y cumpliendo con fijeza en la que vino después, muy caída y fuerte. Llegó al segundo tercio cortando y midiendo, ante él anduvieron rápidos, eficaces los de a pie, evitando pasadas en falso que tanto le hubiesen orientado. A partir de ese momento y sin motivo aparente el animal cantó que no quería más pelea, volviendo la cara hacia tablas tras recular y buscando las tablas del 5. Su matador, inteligentemente, no se empeñó como estamos acostumbrados a tratar de llevarse a base de tirones al toro al terreno donde no quiere estar, e inició por bajo centrando su faena en los terrenos de los adentros en el sol. El burel se quedaba corto y buscaba, orientándose por momentos, pegando un brusco tornillazo en el embroque, hechos éstos que hicieron tomar al diestro las lógicas precauciones, aunque quitándose demasiado, algo que acentuaba más si cabe el sentido que iba cogiendo el cornúpeta. Tras dejar algunos detalles aguantando mucho por el derecho, llegando al público por el notable peligro, volvió al izquierdo sin asentar las zapatillas y el toro le tropezó, desplazándolo de un golpe que le provocó una caída y tener que entrar en la enfermería, tirando tras ello la toalla en su difícil empresa y sin obcecarse en algo importante como someterlo antes de coger la de verdad, pues se dobló sin mucho afán ante la incierta embestida y pasaportó de media estocada en lo alto a este manso encastado con peligro que fue pitado en el arrastre, recibiendo palmas el diestro Alberto Aguilar.


De Bosquimano se había hablado mucho por su estampa y fue recibido con una ovación de gala en su salida, su hocico algo chato no era de la casa, pero sí sus dos cornipasos puñales que lucía por delante. En este caso el recibo además de brusco, defendiéndose como en el anterior, no solo no ayudó a enseñarlo a embestir sino que además le enseñó a echar la cara alta. En varas cumplió, con fijeza además en el primer puyazo, siendo ambos fuertes, traseros  y caídos. El animal mostró poder y prontitud, arrancándose con alegría al caballo y necesitando una tercera entrada que además de mostrar su bravura atemperase su embestida, pero Fandiño no estaba por la labor en vista de la bronca en el anterior, de que la gente se pusiese desde tan pronto de parte del toro y cambió el tercio a una res que gazapeó en banderillas, además desparramando la vista y estando pendiente de todo, muy distraído, ante el que Jarocho se desmonteró tras dos buenos pares. La faena inició por bajo, saliendo al tercio, algo acelerado. La embestida, a media altura y sin entrega, pero pasaba; y arrancaba con prontitud a la distancia, logrando el coletudo algún pasaje de ligazón por el derecho, mientras poco a poco el morito se iba orientando, avisando a su matador, que pronto empezó a dudar, algo que cabreó a una afición que ya tenía la escopeta cargada tras lo del toro anterior y de modo que en cuánto se le recriminó, tiró la toalla y mostró una actitud que si bien es verdad que el animal no tenía entrega ni fijeza, dejó mucho que desear. Estocada baja con derrame, bronca. El astado recibió alguna palma (de castigo al torero, posiblemente) pues fue una medianía, no tuvo entrega ni estuvo fijo en la pelea, pese a su poder y buen comportamiento en el caballo.

Murallón debió salir en sexto lugar, pero la estancia de Aguilar en la enfermería recuperándose de dolor en las costillas hicieron que se alterase el orden de lidia. Fue algo protestado, pues por lo playero de cara no destacaba su cuerpo, largo y vareado, como es el toro de albaserrada. Salió con pies, aunque algo renqueante de atrás, de lo que pronto se recuperó. Se dejó pegar en varas cumpliendo sin más, mientras le arrearon con saña en mal sitio, en la paletilla. Llegó a banderillas con movilidad y Carretero aprovechó para salir del paso clavando a la media vuelta. La faena del toricantano en terrenos del tercio fue de mucho tesón, ante una embestida algo gazapona, orientándose por momentos, quedándose corto, buscando. A base de sobarlo logró dejar algún destello al natural, regresando ya con precauciones y sin lograr acoplarse por el derecho. Entró a matar y se le fue abajo, de modo que no soltó y sacó esa fea media espada, finiquitando después con un pinchazo hondo caído y una estocada también caída. Fue despedido con pitos el encastado y correoso albaserrada y silenciado el diestro.



Por último hizo aparición el que hacía quinto en los papeles, teniendo que ser devuelto por inválido tras dos fuertes varas; en su lugar se lidió un sobrero de San Martín, tan inválido o más que el devuelto. Salió con pies, brincando, tirando un pitonazo en el primer lance que pasó cerca de la barbilla de Alberto Aguilar, continuando con la cara alta aunque mejorando según iba concurriendo su lidia. Cabeceó en la primera vara, trasera, yendo a mejor para la segunda, en la que se quedó fijó empleándose, saliendo muy justo de fuerzas y doblando las manos. Pero este era más nobletón y anduvieron más prestos en banderillas, había que mantenerlo, aliviándolo en la brega por arriba y sin miraditas al palco ni tiempos muertos que avivasen la protesta del público, como habían hecho en el anterior. El madrileño le cogió pronto el aire con la muleta, con suavidad y ayudándolo en el remate levantándole el vuelo, de modo que logró ligar varias series por el derecho, pues el animal desarrolló mucha humillación, siguiendo con recorrido el engaño, repitiendo sin apenas levantar la cabeza, además con prontitud y una nobleza un punto empalagosa debido a su templada embestida al paso, sin trotecillo apenas y nada de galope. Las tandas se sucedieron ligadas por ambos pitones llegando al público hasta que optó por acortar distancias, pese a lo pronto que embestía a media distancia. El toro a pesar de su bondad no olvidó su estirpe santacolomeña y dio algún susto a Aguilar, tanto cuando le quitó la muleta, pues él quiso repetir, como cuando abusó del cite descolocado, tirando el gañafón al ver el hueco entre su muslo y el engaño. Lo despachó de una buena estocada, en la que fue cogido y pese a lo bien colocado de la espada, se tragó la muerte, escuchándose un aviso y teniendo que descabellar, escuchando una ovación acabada su labor. El morlaco fue silenciado en el arrastre.

Rubén Sánchez.